Reflexión Dominical del 29 de Septiembre de 2019
Es bueno repetirlo la Palabra de Dios escrita en la Biblia que se escucha cada domingo en la misa es orientadora y criterio de vida para el creyente.
En el texto del Evangelio de este domingo, Lc 16, 19 – 31, aparece nuevamente el tema de las posesiones materiales. Las riquezas son engañosas y seducen a los ricos: los hacen creer que les pueden asegurar el futuro. Los bienes pueden llevar a la idolatría, de ahí que el texto evangélico advierta seriamente sobre la necesidad de cuidar a los pobres y de saber dar limosna. La culminación de estas enseñanzas se encuentra en el pasaje de este domingo, que narra la historia del rico y de Lázaro.
En el corazón del Evangelio está la gran inversión: los ricos y poderosos, que en esta vida no perciben la necesidad de la gracia divina, son apartados del pueblo, mientras que los pobres, los humildes y los marginados tienen un lugar en la comunidad de fe. La promesa es que en todas partes Dios invierte la escala social y económica de manera sorprendente.
En el comienzo de la parábola se percibe el contraste agudo que se establece entre el rico y el pobre. Del rico se sabe los signos de su espléndida riqueza, los vestidos lujosos y los banquetes de “cada día”; Lázaro, en cambio, es caracterizado de una manera que quizá se hubiera preferido no haber escuchado: incluso los perros le lamían las llagas; era pobre e impuro.
Es luego de la muerte de ambos y de la inversión de sus situaciones en la vida del más allá cuando se descubre el problema real del hombre rico: éste no es condenado por el hecho de ser rico: ni se dice que hubiera maltratado al mendigo; la clave de todo es que ahora, por primera vez, ve a Lázaro. Se aprende, pues, que la riqueza causa ceguera. La riqueza del hombre le ha distorsionado de tal manera la visión que no le ha permitido ver la necesidad y el sufrimiento del pobre en la puerta de su casa.
La petición del rico desde el país de los muertos recuerda la advertencia de Juan el Bautista: no confiar en el hecho de ser hijo de Abraham.
El segundo tema se encuentra en la conclusión de la parábola: al rico se le niega que se pueda enviar a alguien del mundo de los muertos para advertir a los vivos; para eso ya están las Escrituras, que enseñan muchísimas veces que hay que cuidar a los pobres de la tierra. Los lectores contemporáneos de esta parábola quizá se pueden comparar con aquellos “cinco hermanos” que tienen la oportunidad de ser instruidos por las Escrituras y de aprender a ver al pobre en sus puertas.
Se puede orar con palabras del Salmo 145: “Alabemos al Señor, que viene a salvarnos. Abre el Señor los ojos de los ciegos y alivia al agobiado. Ama el Señor al hombre justo y toma al forastero a su cuidado”.
Que la paz, el amor y la alegría del Buen Padre Dios permanezca siempre con todos ustedes.
Antonio González Sánchez