Reflexión Dominical del 15 de Septiembre de 2019
La santa misa que se celebra de manera especial cada domingo, además de ser la celebración del sacrificio del Señor Jesús, es el momento semanal de escuchar la Palabra de Dios escrita en la Biblia, y esa Palabra debe alimentar la fe del creyente, iluminar su fe, y dar criterio para el diario vivir.
El texto del Evangelio de este domingo, Lc 15, 1- 32, ofrece tres parábolas: la de la oveja perdida, la de la moneda perdida y la del padre que tenía dos hijos. Son tres historias memorables de misericordia divina sobre la alegría de Dios cuando lo que se había perdido es recuperado. Las figuras del pastor, la mujer y el padre que buscan sus tesoros perdidos son, simplemente maravillosas.
Las dos primeras parábolas tienen en común la referencia a la preocupación compasiva de un Dios que busca. Los detalles destacan la importancia y la intensidad del esfuerzo de los protagonistas. El pastor se arriesga a dejar abandonadas las noventa y nueve ovejas en el desierto – una decisión que muchos habrían encontrado absolutamente injustificable – . La mujer es descrita iluminando y barriendo hasta recuperar la moneda; alguno diría que las otras nueve monedas valían mucho más que la que se ha perdido. Ni el pastor ni la mujer tienen ninguna duda sobre lo que hay que hacer ni abandonan la búsqueda hasta haber recuperado la oveja y la moneda. Dios es aquel que busca sin desfallecer a sus hijos confundidos y rebeldes. Esta búsqueda destaca el valor de los que son buscados: no son dados por perdidos, sino que son objeto de la preocupación divina.
El segundo detalle fundamental de las parábolas de hoy es la alegría del cielo cuando se ha recuperado lo que se había perdido. El pastor y la mujer convidan a amigos y vecinos para celebrarlo. La fiesta seguramente cuesta más que lo recuperado. La imagen de Dios que resulta de esto es simplemente sorprendente: no es un juez severo ni contador minucioso, sino alguien que, por encima de todo ama su realidad
Es importante fijarse en la expresión: “en el cielo habrá más alegría por un pecador que se convierte”; pero estas parábolas no son llamadas a la conversión; ¡las ovejas y las monedas no se pueden convertir! La imagen de un Dios misericordioso y jubiloso supera absolutamente cualquier interés en el comportamiento o arrepentimiento de las creaturas perdidas.
Para Dios, el Padre bueno valemos mucho. Saber esto exige de nuestra parte que ejerzamos la virtud de la humildad, porque podemos envanecernos y dejar que “se nos suba a la cabeza”.
Fuimos redimidos por la sangre de Cristo, y el por el sacramento del Bautismo somos hijos de Dios en el Hijo.
Es necesarios que nos dejemos encontrar por Dios.
Antonio González Sánchez