Reflexión Dominical del 12 de Agosto de 2018
Para los creyentes que participan cada semana de la misa dominical, la Palabra de Dios que se proclama es alimento, luz, fuerza y el Cuerpo de Cristo que se recibe es fortaleza para el diario caminar de la semana.
En la primera lectura tomada del primer libro de los Reyes presenta al profeta Elías que se dirigió al desierto, cansado y agotado por un día de camino; sin esperanza “sintió deseos de morir”; se dio por vencido y gritó desesperado: “basta ya, Señor: Quítame la vida, pues yo no valgo más que mis padres. Se recostó y se quedó dormido”, como el último acto, digno y libre que una persona abandonada a su suerte decide hacer antes de morir en soledad. “Pero el ángel del Señor llegó a despertarlo y le dijo: Levántate y come”. Pan y agua el sustento necesario para recuperar las fuerzas y retomar el camino.
El profeta Elías representa al pueblo que huye amenazado, como los migrantes, para quienes el único camino es el desierto, como final de la vida o principio de una experiencia nueva. Él es un profeta ungido con el espíritu de Yahveh y no puede perecer, su misión es denunciar las injusticias y la infidelidad, recordando al pueblo que Dios es el único y verdadero Dios en quien se puede confiar, porque es misericordioso.
Ese pan es Dios mismo, quien alimenta el espíritu humano y lo fortalece; los nutrientes son los criterios nuevos que permiten caminar no sólo un día, sino los necesarios para alcanzar la libertad y la plenitud en la cercanía de Dios, en el monte Horeb. Desde esta perspectiva se puede leer el texto del Evangelio escrito por san Juan 6, 41 – 51, donde Jesús dice: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida”.
Además del pan que da sustento a la vida y la nutre, es indispensable, para los creyentes, alimentarse del Evangelio que nutre y sustenta, a su vez, la justicia, la libertad y la solidaridad. Este “otro pan” es el que garantiza la vida eterna, es decir, una transformación radical de la vida presente, logrando que sea digna para todos los seres humanos y que el porvenir de los pueblos y sus proyectos sean promisorios. Por ello el texto del Evangelio concluye enfático: “Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida”.
Se puede orar con las palabras de la oración de la misa dominical: “Dios todopoderoso y eterno, a quien, enseñados por el Espíritu Santo, invocamos con el nombre de Padre, intensifica en nuestros corazones el espíritu de hijos adoptivos tuyos, para que merezcamos entrar en posesión de la herencia que nos tienes prometida”.
Que el buen Padre Dios les acompañe con su luz y amor siempre.